La ola de protestas en Brasil (y la estrepitosa caída en la popularidad de DilmaRousseff) ha preocupado sobremanera a aquellos que consideraban el caso brasileño como modelo de crecimiento con redistribución. Sin embargo, esta crisis cuestiona tanto los preceptos económicos y de gestión de los gobiernos del Partido de los Trabajadores como su concepción delas relaciones entre política y sociedad.
Las administraciones del Partido de los Trabajadores (desde el 2003 hasta hoy) llevaron adelante políticas consideradas exitosas, consustanciales al “modelo brasileño”. Las políticas sociales de Hambre Cero –específicamente Bolsa Familia– y los presupuestos participativos –made in Porto Alegre– se convirtieron en una suerte de anticipo terrenal de la utopía “Otro Mundo es Posible”, que otros países buscan emular.
Recordemos que hace menos de un año,nuestra primera dama y la ministra de Desarrollo e Inclusión Social, convoyadas con asesores y tecnócratas, visitaron el vecino país para aprender las ‘best practices’ del desarrollo social. Luego del estallido callejero, vale la pena discutir las bondades reales del componente social del modelopetetista de redistribución estatal y gobernabilidad.
Bolsa Familia ha sido el programa social bandera del Partido de los Trabajadores en el poder. Aunque los programas de “transferencia condicionada de dinero” se originaron en la administración de Henrique Cardoso, fue durante la gestión de Lula que su implementación alcanzó niveles sorprendentes.
El Ministerio de Desarrollo Social coordinó su ejecución en todas las municipalidades brasileñas, beneficiando a más de 11 millones de familias (20% de la población total). De hecho, al final del período de Lula, Bolsa Familia era considerado por la propia ciudadanía como su mejor medida. ¿Pero esta manera de aliviar la pobreza y la desigualdad es suficiente para evitar el desborde de las calles?
David Samuels resumió con precisión la explicación de las protestas en Brasil: discrepancias entre impuestos y representación. Los sectores que tributan no reciben a cambio la calidad de servicios estatales que esperan. El efecto es similar en políticas sociales. Según investigaciones realizadas por César Zucco, los recipientes de Bolsa Familia tienden a votar por el partido de gobierno. Tal beneficio incrementaba en 35% la probabilidad de votar por Lula en el 2006 y en 13% por Dilma en el 2010. Sin embargo, no se puede decir lo mismo delos que no reciben los bonos. Zucco, ya en el 2011, encontró que quienes costearon los programas de redistribución se oponían a los políticos que los establecieron.
Las movilizaciones brasileñas son el resultado de políticas de redistribución efectista, de alivio directo (a los más pobres), pero difuso en el largo plazo. El respaldo social proveniente es inmediatista y particularista, siquiera sostenible en los sectores directamente favorecidos, quienes se han aunado a los levantamientos iniciados por las clases medias. Los sucesos recientes cuestionan los paradigmas de inclusión social y democracia participativa que sostenían el “orden y progreso” asumido casi como dogma por las democracias latinoamericanas en crecimiento.