Es común creer que los buenos tiempos ocurren cuando las cosas vienen fáciles, pero esto rara vez pasa. Son justamente los años difíciles los que nos obligan a definirnos y donde los costos de descuidarse o de despilfarrar resultan más altos y visibles. Estos tiempos apremiantes pueden ayudarnos a tener que manejarnos mejor, a podar lo que haya venido torciéndose y a sembrar lo que se necesita (mirando más allá del corto plazo).
Así, contrariamente a lo que la gente cree, los buenos tiempos se inician con años difíciles, pero nótese que, para que los buenos tiempos se despierten, se necesita de algo especial. El progreso se inicia con poca retórica y llegando a entender que es necesario esforzarnos mucho más, que es un error seguir postergando reformas y ajustes severos, y que la pegajosa idea de que los días fáciles van a regresar pronto es nuestra perdición. Ayuda mucho comprender que ni somos ricos ni especiales, y que la idea de que tenemos derecho a que los tiempos fáciles regresen es una soberana insensatez.
Hoy, las encuestas locales de opinión, de actitud inversora y hasta de sentimiento del consumidor muestran señales de pesimismo. La gente siente la crisis que aún no ha llegado. No ve las oportunidades. Es cierto, si seguimos paralizados, discutiendo si somos una vaca flaca o no, estaremos dibujando una profecía autocumplida. Es cierto, también, que el camino contracíclico escogido por el Gobierno Peruano (inflar el gasto estatal y controlar el dólar) delinea estancamiento. Y no es menos cierto que el panorama externo es aún favorable; que los precios de exportación, los flujos de comercio internacional y los influjos de capitales no se han derrumbado. Ni que hasta ahora hemos sido más golpeados por los errores del gobierno (esa desconcertante inacción combinada con declaraciones torpes) que por los impactos globales.
Si el pesimismo que empieza a emerger tiene algo de bueno, es que nos expone a definirnos. La famosa receta contracíclica ya no da para más. Mientras el nerviosismo cambiario tiene entre las cuerdas al BCR, el superávit fiscal del gobierno central ya es una ilusión; la brecha externa, una realidad; y la desaceleración económica, el pan de cada día. Urge tomar al toro por las astas.
La gente hoy puede entender que no necesitamos un proyecto Conga. Necesitamos cinco Congas más. Que es necesario depurar planillas (en forma transparente) para tener una burocracia adelgazada con profesores, jueces, policías, médicos y militares capacitados y honestos. Que Gamarra no tiene derecho a pedir que las confecciones se encarezcan (con barreras comerciales) para que ellos vuelvan a tener utilidades. Que todos deben cumplir la ley (incluso los millonarios mineros ilegales). Que es un crimen que –en un país donde una minoría tiene un empleo adecuado– los sindicatos se opongan a abaratar la creación de nuevos puestos de trabajo y que incluso quieran imponer mayores barreras a la creación de puestos a través de la trasnochada ley general.
Tengámoslo claro. Cuando las vacas estaban gordas, flotamos y no hicimos la tarea (quizá porque había plata fácil). Hoy, que las cosas se ponen complicadas, atrevámonos a sembrar mejores años; desmantelemos nuestras debilidades ahora para que recién se inicien los buenos tiempos.
Publicado en El Comercio, 11 de septiembre del 2013