Tras cuernos, palos. Al actual gobierno no solo lo persiguen los retos de manejar la economía (y tratar de cumplir con sus generosas promesas de campaña) en medio de la simultánea contracción de las exportaciones y la confianza empresarial.
Lo acosa un enemigo más falso y más arraigado en el peruano de estos tiempos: la idea de que estamos requetebién. De que, como estaríamos condenados a convertirnos en una nación del Primer Mundo, hay plata para todo.
Esta idea se profundiza con la creencia paralela de que la razón por la cual todavía se ven tantas estrecheces sería consecuencia de un déficit de gerencia estatal. En fin, que –supuestamente– habría plata y en abundancia. Por desgracia, un análisis responsable de las cifras fiscales nos sugiere que esto ya no es cierto.
Winston Churchill repetía que un pesimista veía dificultades donde había oportunidades. No le pareció necesario insistir en algo adicional y obvio. Que cuando alguien –pecando de optimista– no anticipaba y se ajustaba frente a las dificultades, no solo podía sufrir los impactos, sino desperdiciar las oportunidades.
En efecto, el Gobierno debe dejar de vender ilusiones. Estos son tiempos más difíciles. Tanto se ha inflado el gasto del Gobierno en los últimos tiempos que, si persistiesen comprimiéndose las exportaciones, los fondos de reserva o guardaditos fiscales servirían para cubrir pocos meses. Hoy –en ausencia de una definida reforma en la asignación del gasto público y un reordenamiento administrativo que permita priorizar y depurar operaciones y planillas– no hay plata para nuevas inyecciones de gasto fiscal. Para ningún aumento. Si cedemos, pronto incurriremos en severos problemas fiscales.
Proyectando el ritmo de crecimiento del gasto y de los ingresos totales del Gobierno, encontramos que el superávit fiscal anualizado que caracterizó el manejo fiscal a mediados del año pasado (unos US$4.500 millones) se ha desvanecido.
Lo más sugestivo es que si hacemos una proyección, quizá cerremos el año con un déficit significativo. Desequilibrio que solo podría ser moderado si se contrae el ritmo de crecimiento del gasto estatal este segundo semestre del 2013. Pero esto describiría el mejor de los escenarios. De mantener moderadamente el hiperactivo patrón de gasto fiscal registrado desde mediados del año pasado (que desde entonces se ha inflado en cerca de US$8.000 millones), la cosa resultaría más complicada.
Cuando los candidatos de oposición y algunos congresistas afirman que hay plata para aumentos no solo olvidan las tendencias ya vigentes. Olvidan que no hay ningún monitoreo de su calidad ni afán concreto de asignarlo por resultados y que los esbozos de reforma (a lo Servir) configuran ya solo buenas intenciones.
No entender que ya no existirían recursos suficientes para elevar las remuneraciones y otras loables iniciativas de gasto estatal significa darle la espalda al común de los peruanos (que son quienes pagarán las facturas con mayores impuestos o perdiendo sus jubilaciones otra vez) y obviar otros problemas en gestación –por ejemplo, el rápido deterioro de la balanza comercial–, como un corolario de la actual pachanga del gasto estatal.
Publicado por El Comercio, 14 de agosto del 2013