Andrés Chadwick, Presidente Fundación Avanza de Chile
La Tercera de Chile, 27 de junio de 2016
La administración de Bachelet tiene un pecado de origen. Desde el 11 de marzo de 2014 el crecimiento económico no ha estado entre sus prioridades y compromisos. Al revés, al iniciarse el gobierno surgieron los objetivos de “refundar” el país y la ya famosa “retroexcavadora”. Y después, la avalancha de reformas estructurales. Más claro imposible. Todo ello con La Moneda haciendo oídos sordos a las advertencias de diversos sectores políticos y económicos de que se generaría incertidumbre y desconfianza y ello iba a afectar el desarrollo. Todo lo contrario, aseguraba el exministro Alberto Arenas, ni la reforma tributaria ni las otras iban a afectar la inversión y el crecimiento.
Dicho y hecho: el crecimiento y la inversión se vinieron abajo. Pero lo más sorprendente es que daba la impresión de que al gobierno no le importaba. Y majaderamente se nos hablaba de “brotes verdes” que nunca llegaron. Ello no sólo ha sido un error político o económico del gobierno: la caída está generando un grave daño social.
¿Por qué es tan grave todo esto? Porque el crecimiento no es una cifra fría, propia de los economistas y ajena a la gente. Potenciar el crecimiento es un deber ético de la autoridad y de todo gobierno. Una de las tareas fundamentales de gobernar es lograr una mayor justicia social, exigida por el bien común de la sociedad. Ella se refleja, entre otros, en la necesidad de superar la pobreza, consolidar una clase media amplia y fuerte, crear empleo, aumentar las remuneraciones, generar nuevas y mejores oportunidades y una mejor calidad de vida para todos.
Es difícil encontrar un mayor desafío ético para la autoridad que avanzar en estos objetivos sociales, y todos ellos dependen de la capacidad de crecimiento del país. Si el crecimiento es bajo, menos recursos percibe el Estado para impulsar políticas públicas que colaboren con un país más justo e integrado.
Tan claro es, que ha quedado de manifiesto en la principal promesa de campaña de Michelle Bachelet: la gratuidad. La ministra de Educación tuvo que reconocer que sólo se podrá avanzar gradualmente y de acuerdo al crecimiento. La pregunta es obvia: ¿No era más importante, para cumplir esta emblemática promesa, haberse preocupado primero de asegurar un mejor crecimiento? Y miren lo que pasó con el debate del salario mínimo, más allá del “bochorno” del ministro de Hacienda, que tuvo que pedirle disculpas -obviamente- al Partido Comunista. Valdés tuvo que salir a explicarle al país y a la Nueva Mayoría que no puede haber un mayor aumento por el bajo crecimiento y el aumento del desempleo.
Este gobierno no ha sabido comprender la relevancia ética de generar crecimiento. El pobrísimo resultado de sólo crecer en estos últimos dos años y medio a promedios inferiores al 2%, y no visualizarse ningún “ brote verde”, aún más, con un panorama internacional muy difícil y volátil, agravado por la decisión de Reino Unido de salirse de la Unión Europea, sólo nos traerá mayores daños sociales.
En el gobierno del Presidente Sebastián Piñera el país creció a un promedio de 5,3%. Más del doble que hoy. Se crearon un millón de trabajos, las remuneraciones reales crecieron tres veces más que ahora y se redujo la pobreza en términos significativos. Esto se logra con un buen crecimiento.
Por algo la gente dice: “estábamos mejor antes…”.
Lampadia