Imagínese que vive en el Caribe, con calor todo el año y unas playas paradisíacas donde se baña por horas bajo un cálido sol radiante. Vive feliz. De pronto le dicen que lo van a mandar a vivir al Polo Norte. Espera un frío de varias decenas de grados bajo cero y noches de seis meses de duración. Un desolado blanco eterno lo rodeará por los cuatro lados, y lo aburrirá hasta congelarlo. Y ni se le ocurra bañarse en el mar, porque terminará convertido, literalmente, en un cubito de hielo. Nada agradable.
Se sube desmoralizado al avión que lo conducirá a un gélido infierno lamentándose de su mala suerte. Al aterrizar descubre que en lugar de al Polo Norte lo han transportado al invierno limeño. El frío, gracias a la humedad, le penetra hasta los huesos, pero es tolerable frente a lo que ocurriría en la zona más fría de la tierra. Nunca hay sol porque una neblina eterna y un cielo gris lo ocultan por meses. Pero al menos no es de noche durante medio año. La garúa, pegajosa, molesta y resbalosa es incómoda, pero al menos permite caminar por la calle. Y las playas de la Costa Verde ofrecen un mar helado, pero que, al lado del Mar Ártico, son un tibio jacuzzi que se puede soportar si uno entra al mar dando saltitos para calentarse.
A pesar de que el invierno limeño no ofrece el mejor clima del mundo, usted se sentirá aliviado en su suerte. Más vale un crudo invierno limeño que el más suave de los inviernos polares.
Y es que todo es relativo. Las cosas son mejores o peores según lo que uno espera.
La historia del viaje al Polo Norte que termina en el invierno limeño se parece a la de la elección de Humala en el año 2011. Luego de conocerse los resultados, muchos esperamos un devastador viaje al Polo Norte del subdesarrollo, con la destrucción de las estructuras económicas que comenzaban a ofrecer un verdadero futuro a los peruanos. Todos esperamos una economía congelada, que no es otra cosa que crecimiento, sueldos, bienestar y oportunidades convertidas en hielo.
Pero, de pronto, Humala se pone la banda presidencial y uno se encuentra en el tolerable y (en términos relativos) templado clima limeño. La economía no se congela, solo se entibia. Lo malo del efecto ‘Te mando al Polo Norte’ es que puede generar el conformismo de que lo que recibimos es mejor de lo que esperábamos. Pero lo que recibimos es un clima insípido, insulso, incoloro.
En general, las cosas fueron mucho mejor que lo esperado. No fue una catástrofe, ni siquiera un descalabro. La inercia permite que sigamos creciendo, pero el calor se va perdiendo. Humala no ha hecho nada frontalmente contrario al sistema. No es un heterodoxo ni el anunciado cómplice de Chávez. Nunca habla con fe de la política económica, pero tampoco la repudia.
No lanza los esperados piedrones, pero sí se anima a tirar piedrillas pequeñas, pero incisivas. Todas ellas sumadas, una tras otra, van haciendo daño. Por allí lanza una estatización de La Pampilla, la amenaza de añadirle al Frankenstein de PetroPerú algún otro brazo, la “vergüenza” de la concentración de la prensa, la pasividad frente a Conga, una intervención en la educación universitaria, regulaciones absurdas en cosas tan diversas como los ingresos a los colegios o las hamburguesas con mayonesa.
No nos trae una tormenta polar, pero sí llena el cielo de nubes grises (o nubarrones) que “nublan el camino” y que hacen temer que el clima se enfríe aún más.
El gobierno tiene la oportunidad de subirse a la ola grande del crecimiento que reduce la pobreza, pero prefiere que un tumbillo de la playa Agua Dulce empuje su desinflada colchoneta a velocidad de tortuga. Se conforma con la mediocridad de no ser ni chicha ni limonada, de no retroceder, pero tampoco avanzar.
No vaya a ser que algún día una nube gris tras otra nos lleven a cantar el final del vals de Eduardo Márquez Talledo: “Se perdió el celaje azul donde brillaba la ilusión. Vuelve la desolación, vivo sin luz”.
Publicado en El Comercio, 18 de enero de 2014