Entiendo que lo más peligroso y dañino de nuestra época consiste en las dictaduras con fachada electoral. Este desbarranque lo previeron notables personalidades como Thomas Jefferson, quien advirtió en 1782 que “un despotismo electo no es por lo que luchamos”, por ello es que, junto con los otros Padres Fundadores en Estados Unidos, insistían en la permanente desconfianza y limitación al poder como eje central de toda la filosofía sobre la que descansaba lo que fue la experiencia más fértil en la historia de la humanidad.
Toda la tradición de la democracia tuvo siempre en cuenta que su aspecto medular y su razón de ser consiste en el respeto a las minorías por parte de las mayorías. Desde Cicerón, cuando apuntaba que “el imperio de la multitud no es menos tiránico que el de un hombre solo”, existe la preocupación por las mayorías ilimitadas. Sin excepción, la tradición democrática ha señalado una y otra vez las amenazas para la libertad y los derechos al guiarse solo por los números. Como bien ha destacado el constitucionalista Juan González Calderón, los defensores de semejante sistema ni de números saben puesto que parten de dos ecuaciones falsas: 50% más 1% = 100% y 50% menos 1% = 0%.
Mientras los votos apoyen, los sátrapas modernos siguen su trayectoria de aniquilar el progreso y destruir a las personas que mantienen su autoestima y su sentido de dignidad. Se cumple así la profecía de Aldous Huxley en el sentido de que hay quienes piden ser esclavizados a cambio de pan y circo, aunque la calidad de lo uno y lo otro se deteriore a pasos agigantados en el contexto de un espectáculo denigrante de servilismo y mansedumbre superlativa, en el que se renuncia a la condición humana, es decir, se renuncia a la libertad.
Los esfuerzos por liberarse de monarquías absolutas han sido inmensos, por lo que no resulta admisible aceptar sin más la tiranía de la mayoría. Hitler es el ejemplo más ilustrativo de procesos electorales que incluyen la posibilidad de un zarpazo final extremo, pero hoy en día se exhiben muchos más, no solo en América latina con los seguidores de Chávez en diversos países y de la Rusia de Putin, sino que, con menos grosería, aparece en diversas naciones europeas y nada menos que en Estados Unidos, donde deudas y gastos públicos elefantiásicos, junto con crecientes regulaciones que asfixian la energía creadora, vienen carcomiendo las bases de la sociedad abierta, todo bajo el manto de los votos que parecerían santifican cualquier desmán.
Frente a tamaña demolición hay solo dos acciones posibles: esperar un milagro o usamos nuestras neuronas para imaginar nuevas y más efectivas limitaciones al Leviatán tendientes a preservar los derechos de todos.
Es necesario que cada uno asuma su responsabilidad ya que se trata del respeto de todos. Resulta indispensable abrir un debate en este terreno y actuar en una dirección opuesta a lo que en gran medida viene ocurriendo, léase que se espera que con las mismas instituciones suceda algo distinto de lo que viene sucediendo de un largo tiempo a esta parte.
Es una afrenta y un insulto a la inteligencia denominar “democracia” a lo descrito. Se trata claramente de cleptocracia, a saber, gobiernos de ladrones de libertades, de propiedades y de sueños de vida. No puede caerse en la trampa de mantener que estamos frente a “procesos democráticos” cuando los desquicios actuales de los aparatos estatales, teóricamente encargados de velar por los derechos de la gente, los conculcan de la manera más cruel y proceden como si fueran mandantes en lugar de simples mandatarios.
Como una medida precautoria y para mayor precisión, en algunas constituciones se recurrió deliberadamente a la expresión república para enfatizar en temas vitales como la igualdad ante la ley, la publicidad de los actos de gobierno, la división de poderes y la alternancia en el poder. Hoy observamos azorados las reiteradas reformas constitucionales fabricadas por megalómanos para introducir la posibilidad de reelecciones (y, a veces, reelecciones indefinidas, con descarados fraudes electorales de diversa índole).
Naturalmente, la visión degradada de la democracia se debe también a que, en muchas de las casas de estudio, se propugna el engrosamiento de los aparatos estatales y la notable reducción de los territorios en los que pueden desenvolverse las personas. Entonces, en última instancia, la solución de estos problemas mayúsculos estriba en una educación compatible con los valores y principios de la sociedad abierta.
De cualquier manera, mientras estemos a tiempo, como queda dicho, debemos trabajar al efecto de proponer nuevos límites al poder, puesto que el tema crucial alude a las instituciones y, en este sentido, son del todo irrelevantes las personas que ocupan cargos públicos. Tal como ha dicho Karl Popper, la pregunta de Platón respecto de quién ha de gobernar está mal formulada, lo trascendente son las instituciones “para que el gobierno haga el menor daño posible”.
Publicado en El Comercio, 3 de marzo de 2014.